Desde
1990, la casa de arte Tacheles se mantiene en Berlín como emblema de
la cultura alternativa y como un ícono de la resistencia, en una
ciudad donde esa palabra se resignifica continuamente
Txt. Nicole Baler | @nicolebaler
Aunque
muchas guías turísticas ya lo sacaron de sus recomendados, el
Tacheles sigue ahí: justito donde se levantó un viejo shopping en
territorio oriental que quiso ser el primero y más grande de Europa
y fracasó terriblemente a principios de 1900. En un edificio en
ruinas con orden de demolición, que fue cuartel de los nazis primero
y de los soviéticos después, un grupo de artistas se instaló bajo
la consigna “los ideales están arruinados, salvemos la ruina”,
en sintonía con el movimiento okupa que creció en Berlín después
de la caída del muro. Y allí se quedaron, o eso intentan. En estos
años, Tacheles se convirtió en un centro cultural, punto turístico
y meca del arte alternativo en la capital alemana.
La
historia, si es que se pueden resumir veintidós años de creación y
conflicto, viene así: a partir de 1998, el gobierno la declaró casa
de arte y empezó a hacer contratos de alquiler, por un precio
simbólico, con los inquilinos de ésta y otras casas okupas de la
zona, con vigencia al 2008. Mientras tanto, el edificio fue vendido
al banco HSH Nordbank, el cual estaba obligado a hacer varias obras
de saneamiento del espacio, que hizo a medias. Cuando pasaron los
diez años y caducaron los contratos, la empresa se declaró en
bancarrota y vendió el edificio a otro banco, que resultó ser de
los mismos dueños con una razón social distinta y que, desde
entonces, intenta sacar a los artistas de ahí. “Aquí está la
galería de los de seguridad, todavía estamos esperando para ver qué
cuerno van a exponer”, dispara Pilar Camaño Chinchilla mientras
simula una visita guiada por Tacheles y muestra una de las partes del
edificio ocupada por los agentes que mandó el banco a instalarse
ahí. “Seguimos
por el culo del edificio, que es hasta donde debemos ir para poder
entrar al patio de esculturas desde que nos clausuraron la entrada de
emergencia”, ironiza: el humor ácido es la única forma que
encuentra para explicar la situación. Esta española de 31 años
llegó a Tacheles hace siete,
cuando dejó su trabajo como química porque quería ser escritora. Y
empezó a trabajar en el Zapata como moza –que, junto a
Studio 54, eran los dos bares que funcionaban en el espacio–
y ahí se quedó, o eso también intenta.

En
el quinto piso del edificio estaba el atelier de Rodin, un artista
ruso que crea unos murales gigantescos que están compuestos de
cientos de imágenes más pequeñas. En diciembre, lo ocupó la
policía con todas sus obras adentro. Hoy, ese espacio está tomado y
los carteles que defienden a Rodin muestran que la batalla todavía
no está perdida. Todos los pisos están repletos de atelieres de
pintores, diseñadores y herreros, que para sobrevivir, crean piezas
vendibles para los turistas que visitan la casa todos los días. Las
paredes tienen la huella de los artistas que pasaron por ahí. En la
entrada, acomodados debajo de la escalera, Pilar junto a otros dos
artistas latinoamericanos, se hizo su lugarcito donde sólo había
mugre.
En el piso de arriba, José Urhe ofrece
piezas hechas en arcilla. Tiene 55 años, es argentino y no se mueve
de Tacheles porque ahí “lo lindo es el intercambio entre artistas,
compartir el espacio, las técnicas y los materiales con gente de
todo el mundo”, y se lamenta al pensar en perderlo porque lo
considera “un lugar de experimentación”. Entre todo este
laberinto de graffitis, escaleras y piezas de arte, un hombre alto,
con campera de cuero y pelo rubio descontrolado, recorre los pasillos
con esa confianza de quien es el rey de la cuadra. Martin Reiter es
algo así como el director del edificio principal de Tacheles. A él
los artistas le piden permiso para tener su lugar en la casa, lo
llama la prensa para tener declaraciones oficiales y le piden los
abogados para defenderse ante tanto reclamo y papelerío. A cambio,
sólo le deben su cuota mensual de
electricidad. Pilar explica que “entre los artistas hay un montón
de ideas acerca de cómo hacer y enfrentar los conflictos, pero son
caóticos. Para cualquier proyecto artístico se ponen todos, pero
para hacer papeles, nadie. Entonces todos confían en él, porque
ayuda a solucionar estas cuestiones. Eso si, todo se hace partiendo
del concepto que él tiene de lo que debería ser Tacheles”.
“Todos
los fenómenos que pasan en el mundo ocurren en pequeñito en el
Tacheles”, asegura la artista española, como si así pudiera
explicar tantos años de conflictos internos, legales y con la
policía. Es que los problemas no sólo vienen de afuera. Cuando se
hicieron los contratos, surgieron varios cabecillas que se
repartieron todo el espacio. Uno quedó a cargo de la gastronomía
(es decir, de los dos bares, que ya vendió al banco en abril de 2011
por un millón de euros), otro al mando del edificio y un tercero, a
cargo del patio. Y el banco sigue ingeniándoselas para conquistar
metro por metro. En esa parte que les vendió la gastronomía,
terreno inutilizado pero en manos del banco, levantaron un muro que
separa su propiedad de la de Tacheles. Cualquier semejanza con la
historia reciente, es pura coincidencia.
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