Un lugar en Buenos Aires: "El gato viejo" del artista Carlos Regazzoni.
Txt María Eugenia Mastropablo
Cuando cae
la noche el artista plástico Carlos Regazzoni
se pasea como un gato entre el hierro y los tachos de pintura mientras
el olor a soldadura y óxido inundan el galpón. Sabe que la ciudad es grande,
pero que entre esas vías está su hábitat, su lugar.
Su atelier
es un restaurante o viceversa. Ambos están ubicados al lado del Museo del
Ferrocarril en una zona híbrida: entre la parte cara de Retiro y la Villa 31 (Avenida del Libertador 405,
galpones 1 a 5). Para llegar a hay que atravesar la
oscuridad e incertidumbre de un camino empedrado. Algunas de sus obras ya están al acecho desde la entrada del
predio como si vigilaran algo. Entre ellas se destacan unos aviones, objetos
que lo llevaron a ser el único expositor en el centenario del aeroclub francés
en la Rue de Champs Eliseé.
El artista
ferroviario merodea por el lugar y luego se sienta en una mesa del fondo.
Cuando llega algún comensal se levanta, le pregunta qué va a comer, lo aconseja
y le toma el pedido. Luego le grita al
cocinero que, por ejemplo, el trío que llegó recién quiere tallarines con
liebre. Apurado, el cocinero comienza a preparar la comida.
Después de
sus apariciones en televisión poniéndole
tornillos, óxido y demás objetos a la comida, los comensales acuden al atelier
con cierto temor. Regazzoni denomina a su comida como “ferroviaria”. Creer o reventar, luego de probar la entrada los
comensales comentan sorprendidos que un gusto metálico inundó sus bocas.
“Si
quieren antes de consumir pueden recorrer el lugar, también pueden verlo sin
consumir”, advierte el mozo a los que entran. Luego cuenta que “antes era
Regazzoni quien cocinaba pero que un día se cansó de que sus amigos fueran a
cenar y no pagaran; entonces, contrató un cocinero”.
En el
atelier-restaurante rige otro uso horario. Todas las medianoches hay festejo como si fuera año
nuevo. El artista grita y pide que pongan música griega, baila y tira platos al
piso. No le importa que sean los platos de su propio restaurante. Interrumpe a
una joven que canta jazz al segundo tema porque quiere escuchar la canción
“Pájaro campana”. Grita otra vez y pide su cuchilla, baila y le corta el pico
de un solo filo a una botella. Festeja y vuelca champaña en el vaso de los que
ya son sus invitados. Carlos Regazzoni es su mejor obra de arte.
El gato viejo abre sus puertas los jueves, viernes y sábados a partir de las 21.
¡¡¡¡¡como me gustaria ir a su restaurant, caminar por el lugar donde crea sus esculturas, creo que alli hay mucha magia y despues de escuchar la nota que le hicieron con su hijo, si descubro que tiene mucho de magia, quizas, algun dia me de una vuelta por ahi. Un abrazo gatooooo.
ResponderEliminarAyer, de pronto me tope con el en un ascensor del Hospital Italiano, me sorprendi lo reconoci, pero en ese momento no recordaba su nombre, si su restaurant por haberlo visto en television, espero que su problema de salud sea pasajero.
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