lunes, 7 de noviembre de 2011

¿Por qué Rasta y no Gangsta?

Txt Andrei Aronowicz @andiaro/ Ilustración Juan Vegetal @juanvegetal

El reggae (la música, la cultura) tiene mucha más popularidad, e incluso credibilidad que el hip hop cuando no habría motivos suficientes para que este fuera el caso. Son ritmos extranjeros cuya popularidad se manifiesta en nuestro país de manera inversa a lo que sucede en el resto del mundo. Mientras que por muchos motivos tienen una etimología y características comunes, uno es validado casi incondicionalmente, considerado como si fuera propio, “de acá”; y el otro es marginado y casi denostado.

 El género jamaiquino en los últimos años creció a pasos agigantados. Como sucede en estos casos, tomó formas propias y llegó a desarrollarse una suerte de reggae argento (a pesar de que siempre se mire a los exponentes internacionales como guía). Su masificación es similar a lo que pudo haber sido el rock barrial/chabón/rocanrol de hace una década, e incluso a los niveles de estrellas solistas de pop que -¿gracias a Dios?- no abundan. No hay más Diegos Torres, de Axel poca gente tiene noción y Drear Mar I es el más Montaner-español neutro-tema de telenovela y radio teen de todos los mencionados. 

El lugar que ocupa este nuevo invento nacional, siendo considerado por programadores de TV, radios de éxitos y festivales masivos (que al fin y al cabo terminan siendo las mismas personas) como parte del cosmos del rock, incluyéndose en la tradición local de incondicionalidad a ese género es de lo más llamativo. 

Ambos géneros son originarios de comunidades negras, siendo una derivación moderna de la música africana desarrollada en nuestro continente: surgieron en gran parte retratando un estilo de vida o forma de pensar de estas poblaciones postergadas. Entre sus artistas fundacionales, una cantidad importante reclamó los derechos que les eran negados. El sonido de ambos tiene un groove que es inevitablemente contagioso, más allá de la música a la que se sea afín. En nuestro país, las comunidades afro son pequeñas y no son culturalmente relevantes a nivel masivo, ni tienen representantes visibles. 

El hombre de hip hop parece un ridículo al “ojo popular”. Es acusado de “hacerse el yankee”, vestirse de gringo, hablar en inglés (ver Cuando un emcee se enoja de Emanero). El reggae “combativo y nacional”, sin embargo, no para de tirar fraseos en un inglés inentendible en una ¿imitación del acento jamaiquino? con excesivas referencias a Jah, y constantes “respect”, “love” y demás. 

Basta ver a los países limítrofes, o sólo mirar hacia las escenas hip hop más fuertes de algunos puntos del interior del país, para comprobar la poca penetración de esta cultura. Para quien no lo busca, el hip hop no aparece: su casi nula difusión, a excepción de Dante y alguna fugaz interrupción, como la de Sindicato hace diez años, y la de Fuerte Apache hace un par, con su muestra de real lírica social, lo demuestra. Sin embargo, el reggae está hasta en la sopa, y al tipo que escucha lo que le pongan en la radio, como puede escuchar a Arjona, puede cruzarse con su colega Mariano Castro.

Mientras que la música jamaiquina fue introducida por el gran Luca Prodan (uno de los pocos fabricantes de una real mezcla “autóctona” de reggae), el rap apareció en el país con monigotes que imitaban lo que entendían de la cultura a la cual el tercer mundo siempre miró. Hubieron Jazzy Mels y a Charlie Breaker y sus gemelos, que en cierto punto lo desacreditaron. Por suerte, las bandas de fin de ochentas y los noventas como Actitud María Marta, Todos Tus Muertos, Geo Ramma, IKV y los mismos Babasónicos sí le dieron algo de lugar, pero sin dejar herederos. 

Es posible que el origen mismo de cada música sea aquello que haya derivado en la situación actual. A pesar de que ambos provienen de comunidades negras de barrios postergados, no es menor el hecho de que unos son marginales del primer mundo y otros del tercero. Mientras que no habría necesariamente una norma que le diera a uno mayor o menor “prestigio” que al otro, sí es clara la mirada local sobre productos culturales provenientes de uno y otro lado. Se puede pensar entonces que el barrabravismo del rock marginal (como fue el rock barrial en su momento) desacredita a cualquier expresión cultural que no reniegue de sus orígenes estadounidenses sin pensarlo dos veces. Puede que por esto se esté perdiendo una valiosa forma de expresión y nunca lo sabremos.

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